Son muchos los estudiantes que cada año eligen una residencia como hogar para pasar su etapa académica. Basta con asomarse a la residencia femenina María Inmaculada de Granada para observar el constante ir y venir de universitarios.
La residencia se empezó a construir en Granada en 1899. Surgió como respuesta a las necesidades de los jóvenes de los pueblos que llegaban a las grandes ciudades. Antiguamente, sobre 1965, se acogía a señoras mayores -unas con viviendas y otras no-, que llegaban a la residencia para no estar solas y también había chicas que iban a aprender a trabajar, las cuales no pagaban nada. Además, funcionaba como escuela-hogar en la que las estudiantes recibían clases. “Nuestra labor ha sido muy humilde, siempre había un apoyo para ayudar a la parte más débil de la casa”, dice una de las religiosas del centro. Como medio para subsistir tenían el lavadero, el planchador y el taller de bordado. Después de la Guerra Civil acogieron a muchas chicas huérfanas.
En la actualidad, este centro acoge a estudiantes y trabajadoras con edades comprendidas entre los 14 y los 25 años. La labor principal de las religiosas de María Inmaculada es “la formación integral de la persona tanto a nivel académico como personal, que sean personas que piensen en los demás y que descubran a Dios en sus vidas”, declara la hermana Montse Pérez, administradora de la residencia y encargada de planta.
Por otra parte, la hermana María Extremera, responsable del comedor y de otra de las plantas, espera que “las residentes sepan tomar la vida entre sus manos, que estudien mucho y que su profesión sea un servicio a la sociedad más que tener como objetivo un fin lucrativo, para que crezcan como personas y colaboren con el bien de la sociedad”.
DOS PARTES
Esta residencia consta de dos partes. Por un lado, “las marquesitas”, como cariñosamente llaman a las chicas que viven en las habitaciones con vistas a la calle Marqués de Falces, y por otro, “las chicas de Gran Vía”, cuyas habitaciones dan a dicha calle de la capital.
En total, cuenta con 75 habitaciones individuales y dobles, equipadas con baño completo y calefacción, además de las zonas comunes, como salas de estudio, biblioteca, salas de televisión, salitas de estar, salón de actos e Internet en todo el edificio. La forman 90 residentes y once religiosas. “Intentamos inculcar los valores fundamentales a cada una sin dejar que se arrastren por los contravalores que la sociedad de consumo ofrece y, sobre todo, que se formen como personas”, afirma la hermana María.
UN DÍA EN LA RESIDENCIA
Desde las 8 de la mañana, las más madrugadoras bajan para desayunar y, después de colocar su ficha verde para indicar que han salido, ir a clase. Siempre hay alguna monja o personal de limpieza por los pasillos que da los buenos días. Durante la mañana, está todo tranquilo, ya que la mayoría de las chicas está en clase. Mientras, las hermanas aprovechan para hacer otros quehaceres. Desde cocina se encargan de que esté todo listo para la hora de comer.
A las 13:55 horas ya se puede apreciar a muchas jóvenes esperando e intentando averiguar lo que van a comer dejándose llevar por el olor. Cuando el comedor abre sus puertas, se oye decir a algunas “qué rico” o “ves, te dije que había de esto” y a otras “a mí eso no me gusta” o “no me apetece”. El comedor es un salón muy grande, con siete largas mesas en forma rectangular y otras dos más pequeñas. Por la tarde, unas van a clase y, otras, a dar una vuelta o se quedan en casa. A las 9 de la noche, hora de cenar, es cuando más gente hay. La cola es interminable. A veces, se tarda más en la cola que en comer. Después, cada una se va a su habitación a estudiar u opta por ver la tele.
Al andar por los pasillos, los secadores hacen acto de presencia y el teléfono del centro no para de sonar. Son los familiares de las residentes. “Lo que destacaría de la residencia son los momentos en los que nos reunimos todas en las comidas y cenas y en las fiestas en las que nos lo pasamos muy bien; también el que nunca estás sola, siempre hay alguien por los pasillos”, manifiesta María Valdivia, una residente desde hace cuatro años. “Siempre vas a encontrar a alguien con quien estar, siempre estás acompañada y conoces a mucha gente”, explica Ana Isabel Terrón, una residente desde hace cinco años.
DIFERENTES PROCEDENCIAS
Las chicas vienen de diferentes lugares de España como Ciudad Real, Córdoba, Almería, Jaén, Málaga o alrededores de Granada, incluso de Melilla. “Vine porque me gusta esta ciudad y ya tenía pensado instalarme aquí, aunque al principio es difícil, es todo nuevo y a mí me cuesta”, manifiesta Isabel María Guevara, una de las novatas, que procede de Almería.
Llegar a un lugar en el que hay que convivir con más personas y estar lejos de casa no es fácil. “El primer año fue muy malo, me costó mucho adaptarme porque soy muy tímida”, dice Ana Isabel Terrón, de Lanjarón. Por otra parte, Valdivia, que llegó desde Melilla, añade que “tenía ilusión porque empezaba una carrera universitaria y por cambiar a una ciudad nueva, aunque también el miedo por no saber si me iba a ir bien o mal. Me costó adaptarme, sobre todo, por estar lejos de mi casa y saber que no podía ir todos los fines de semana. El primer año me costó, pero luego me fui acostumbrando”, admite.
Las religiosas coinciden en que intentan que las chicas se sientan cómodas y que la estancia sea lo más parecida a su casa, con un ambiente agradable. Guevara, en el poco tiempo que lleva en la residencia, destaca “la alegría de ver a muchas niñas, de toda la amabilidad que hay y de las buenas relaciones que se entablan. La acogida ha sido buena”, insiste.
Además de residencia, el edificio funciona como centro social en el que, cada día, alrededor de una veintena de jóvenes, la mayoría inmigrantes, son atendidas por las religiosas. “Vienen en busca de trabajo como empleadas del hogar. Ahora llegan más extranjeras, pero antes todas eran españolas”, declara una de las religiosas.
Esta noticia fue publicada en el diario Granada Digital y Andalucía noticias. Aquí dejo el enlace al reportaje.